Quise atrapar en una foto al grito
que había en la memoria del espacio,
el de un recién nacido que murió
equis años después,
el del vigía que avistó la tierra,
el que darán mañana los hambrientos
soñando los olores de algún trozo de pan
y el grito que padezco a cada rato
como si me llamaran
aquellos que olvidé.
Enfoqué los linderos de la tarde
donde el silencio era rojizo y hondo
como una cicatriz de pájaros absurdos,
sospechando que el ojo de la cámara
podría rescatarlos de las balas.
Tomé muchas imágenes distintas
de nubes por venir, de disparos,
de semillas a punto de ser leña
y de mi propia huída,
porque al final de tanta incertidumbre,
con tanto miedo agazapado allí
cual caja de Pandora,
me quedé en blanco totalmente,
sin fotos y sin cuerpo.
Pastor Aguiar
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