Iba
a decir “fatalidad del árbol”
y
sucesivamente otras desgracias
como
aquella del ave desvolando caídas,
o
lo que duele el peso,
su
golpe a la estatura aunque sea invisible
cuando
a nadie ejecuta.
Iba
a decir batalla, no habrá treguas
para
el ojo y sus víctimas de siempre,
las
formas hasta cuándo…
El
hambre de la nada por la forma
en
lo oscuro del ciego.
Mas
la rama gozosa me detuvo,
el
pájaro era Verdi en su vuelo triunfal,
mansos
los precipicios, indoloros
perfumes
de un caerse que si llega
soñará
nuevas cimas.
Yo
soy el condenado por la mente:
El
simio que me inventa y me destruye
en
jíbaros objetos de sustancia
ajena
a la verdad.
La
verdad no se dice, no hay palabras,
la
luz es su silencio más allá de lo visto:
Donde
mismo yo estaba sin saberme.
Pastor
Aguiar
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