Me miro las dos manos,
son un pueblo vacío que pregunta
por algún habitante.
Les crecen ordenadas de silencio,
un ayer que fue pájaro y no vuelve,
un camino sin fondo.
Están ahí cual dos apariciones,
gritándome el final sin decir nada,
un tiro a quemarropa que se mira
en el espejo de mis ojos.
Son dos y una al mismo tiempo,
con idéntico nombre en la mirilla
a punto de aplaudirme
con sus ráfagas.
Pastor Aguiar